
¿De qué tamaño era el mundo para el hombre del Neolítico? ¿O para un habitante de Sumer, o de
El del hombre de Sumer era más grande tanto geográfica como intelectualmente. Conocían
El hombre del Neolítico, seguramente, tenía por necesidad un vocabulario del tamaño de su mundo. Nosotros los contemporáneos del alba del Tercer Milenio de
Los filósofos del lenguaje nos han enseñado a distinguir entre lengua y realidad, entre lenguaje y mundo. Lo que ha crecido, en verdad, no es el mundo, sino el conocimiento del mundo por el hombre. Ese conocimiento no tiene otra manera de expresarse y comunicarse que por medio de palabras, de pobres, limitadas y aproximadas expresiones orales que corresponden imperfectamente a la cosa que pretendemos nombrar. Con razón han podido decir algunos de estos grandes pensadores que el lenguaje no es sino un conjunto de expresiones significantes con una relación siempre limitada y siempre deficiente con lo que se pretende significar, o que el significante y el significado no son exactamente lo mismo.
Con toda razón ha podido decir uno de los más influyentes filósofos contemporáneos que “las fronteras de mi lenguaje significan las fronteras de mi mundo”, que es lo mismo que afirmar que el tamaño del mundo para cada hombre es el de su vocabulario.
El descomunal crecimiento del vocabulario, del conocimiento y la velocidad de su expansión y complicación lo hacen literalmente inabarcable. Los mejores diccionarios de las grandes lenguas modernas no pasan de 500 mil palabras. No hay ningún ser humano que las pueda conocer todas y usarlas adecuadamente. Y aun cuando llegara a semejante hazaña de la retentiva se encontraría que los nombres han continuado aumentando sin detenerse y que su difícil empeño no podrá, por lo tanto, completarse nunca. Los lexicógrafos de Estados Unidos han estimado que la sola actividad de
Frente a la inmensidad creciente del mundo del conocimiento, que con todo ello está muy lejos de alcanzar la dimensión completa del mundo real en toda su inagotable variedad y cambio continuo, es desproporcionadamente pequeña la cantidad de comprensión y de expresión de los seres humanos. La mayor fuerza limitante con la que tropiezan es la del tamaño reducido e inadecuado de su propio vocabulario.
Una gran parte de los habitantes del planeta emplea un vocabulario no mayor de 500 palabras. Todo lo que ignoran lo arropan con borrosas alusiones, comodines, o simple perplejidad. Su percepción del tamaño del mundo no puede ir más allá de su vocabulario, en verdad, su mundo no puede ir más allá de lo que logran expresar esas 500 voces. Todo lo que sobrepasa esa medida está fuera de la posibilidad de su conocimiento, casi como si no existiera. Los medios de comunicación masivos de nuestros días lanzan continuamente un torrente incontenible de información que escapa a la comprensión de la mayoría de quienes lo reciben. Están condenados a darse cuenta de que existe exteriormente un mundo en el que no pueden penetrar, ni siquiera conocer, porque carecen del instrumento lingüístico mínimo para poderlo intentar.
Nunca fue más trágica que hoy esa desproporción, porque jamás antes hubo una multiplicación semejante en la extensión múltiple de los conocimientos y en su continua y creciente tendencia a expandirse.
Esto plantea un inmenso problema a la educación de hoy. Ya no hay posibilidad de encerrarse en un mundo limitado y suficiente como fue el caso de los campesinos hasta hace poco tiempo, los medios de comunicación que no dejan fuera de su alcance, prácticamente, a ningún habitante de ciudad, llevan a los millones de televidentes, radioescuchas y lectores de prensa la noticia de todos los progresos científicos y tecnológicos, que el vocabulario de los más de ellos no les permite asimilar. Están condenados a no poder conocer.
El primer e insustituible paso, para disminuir en lo posible esa incomunicación y esa amenazante brecha que tiene consecuencias tan graves de todo género, consiste en el estudio continuo y permanente del lenguaje. Una enseñanza eficaz y creciente del lenguaje, de su uso, de su enriquecimiento sin tregua, debería ser el primer y más importante objeto de la educación.
Todo lo demás depende de esto, sencillamente, porque no se puede avanzar en el conocimiento si no se dispone de las palabras necesarias para expresarlo y adquirirlo. No aprendizaje inerte de reglas de gramática sino de lenguaje vivo, hablado y escrito, que con cada palabra nueva aumente el tamaño del mundo para cada hombre.
FUENTE: Uslar Pietri, A. (1986, septiembre 21) El tamaño del mundo. El Nacional. P. A-4.
2 comentarios:
Gracias por publicar este artículo del Maestro Uslar... Lo estaba buscando hace tiempo
Gracias a ti por leerle.
“Las fronteras de mi lenguaje significan las fronteras de mi mundo”...
Publicar un comentario