Entre
gavetas, cajones y papeles dispersos me he reencontrado con el texto que les leí
el día del acto de graduación de nuestro hermoso diplomado. ¿Por qué no lo subí antes? Ni idea. Vale. Nunca es tarde (o
taaaan tarde). Va con el mismo cariño, pero añejado por la dulce nostalgia de
lo que se recuerda con aprecio.
Esta
es la historia de un grupo variopinto que un buen día coincidió en un mismo
salón. Filósofos, cuentacuentos, maestras de preescolar, de primaria y profes
de los demás niveles educativos, pero eso sí, todos movidos por una misma
pasión: la lectura, y por la profunda necesidad de compartir experiencias que
les permitieran crecer.
Desde
el día en que se conocieron, emprendieron la aventura de adentrarse en los
agitados mares de las letras, las palabras, los libros y la tinta (impresa o
electrónica) ¡Qué maravillosa empresa!...pero… por arriba no podían pasar, por abajo no podían pasar, ni modo, la
tuvieron que atravesar.
Y
resultó que tras ese andar y andar, recolectaron cuantiosos y valiosos
aprendizajes…veamos:
Descubrieron
que la relación con las palabras de un texto es siempre cambiante y que está
supeditada a las condiciones del momento presente y, por lo tanto, nunca
ninguna segunda lectura será igual, ni siquiera tratándose de la misma persona
(Rosenblatt). La importancia del contexto, que da piso y sustenta, resulta
crucial a este respecto, pues ahora saben que las palabras cobran sentido
siempre a partir de un contexto determinado.
Descubrieron
que el sentido total de todos sus significados se ilustra con la figura del
iceberg, con su punta eferente cargada
del aspecto público, y su base estética repleta de aspectos privados.
Comprendieron
que todo acto de lectura significa la lectura de la persona; que cada lector,
texto y autor son aspectos de un único proceso donde cada uno condiciona a los
demás mediante transacciones y que el sentido de lo que se quiere expresar no
se halla exclusivamente en el texto, ni solo en la mente del lector, sino que
se trata de una combinación de ambas contribuciones.
Aprendieron
que la lectura obtiene una resignificación cuando es compartida, socializada.
Que debe existir una continuidad entre escritura y oralidad, porque lo escrito
solo adquiere existencia cuando es convertido en discurso.
Tuvieron
la oportunidad de dar un simpático paseo por distintos géneros literarios
(líricos, narrativos, dramáticos y didácticos), lo que les permitió contemplar
sus virtudes y bondades.
Luego,
para poder “dar a leer”, con toda la
responsabilidad que ello implica, pasaron a conocer los criterios para realizar
una adecuada selección y evaluación de textos. Y por último, pero no menos
importante, exploraron las políticas educativas de promoción de lectura y
escritura, nacionales e internacionales, a fin de conocer qué se está haciendo
en materia de promoción del libro aquí en el país y en algunos países vecinos.
Todas
estas experiencias cargadas de conocimientos, lograron despertar un interés
reflexivo sobre las generalidades de las prácticas de lectura y escritura en el
campo de acción de cada uno, de manera que a través de la ejecución de un
proyecto pudieron sembrar amor por la lectura, un amor nacido del auténtico
respeto por ese acto profundamente socializador, pero teniendo en cuenta, como
bien señala el catedrático español José Antonio Marina (emulando al eterno
Borges), que el verbo leer, como el verbo
amar, no soporta el imperativo. Han de contagiar el gusto por la lectura,
nunca imponerla. Tomando en consideración, además, que un lector no siempre
actuará como un promotor, pero todo promotor deberá necesariamente ser un gran lector.
Ahora
bien, puede que alguien se pregunte cómo obtuvieron este compendio de saberes
tan magnífico ¿…? Pues bien, resulta que los personajes de nuestra historia
nunca estuvieron solos, al contrario, su camino estuvo alumbrado desde el
inicio hasta el fin por las mejores luces guías que se puedan pedir, siempre
atentas y dispuestas a orientar sus pasos. Con su actuar fungieron de modelos
como promotoras destacables, demostrando cabalmente que para crear afición por
la literatura, quien enseña debe tenerla.
¿Qué
les queda ahora por hacer a nuestros personajes? Bueno, la verdad es que esta
historia apenas si ha comenzado. El reto, convertido en compromiso, será llevar
la magia de la lectura a la mayor cantidad posible de niños, jóvenes y adultos,
generar enamoramiento por la letra escrita y hablada, transmitir su poder y lo
que representa para cada uno de nosotros como individuo y miembros de la
sociedad, teniendo presente que el hecho de que tengamos igualdad de derechos
no implica que tengamos que hacer lo mismo de la misma manera, en la diversidad
de experiencias está la riqueza del aprendizaje. Y si bien es cierto que
existen muchos tipos de esclavitud y muchos tipos de libertad, como bien decía
el astrónomo estadounidense, Carl Sagan, no podemos olvidar que leer, sin duda,
sigue siendo el camino.
¡Felices y prósperas lecturas para
todos!
Andrea
Villamizar