Se supone que,
como era habitual en las familias de la aristocracia, no acudió a la escuela
pública y recibió en su propia casa la pertinente instrucción que, hasta los 11
o 12 años, se confiaba a un pedagogus,
esclavo o liberto, generalmente griego, que cumplía el doble papel de persona
de confianza, en quien se descargaba el cuidado y la vigilancia del niño noche
y día, y de preceptor, proporcionándole los rudimentos de lectura, escritura y
aritmética y, por supuesto, el conocimiento de la lengua griega, que desde
finales de la República se consideraba esencial para la educación de un joven.
El pedagogo, que sustituía al padre en su función de educador, apenas era
estimado o, todavía más, se le despreciaba […]
A partir de los 12 años de
enfrentaba al niño con estudios ya un tanto especializados en manos de un grammaticus. El programa abordaba la
lengua latina y la griega indistintamente y abarcaba dos partes: la ciencia del
bien hablar y la interpretación de los poetas. A partir del comentario del
texto se enseñaba a los niños geografía, historia, mitología, astronomía…De
esta enseñanza salían los jóvenes en disposición no solo de interpretar
críticamente a los poetas y prosistas sino también de componer sus poemas. Pero
esencialmente esta segunda etapa de la educación proporcionaba al joven el
instrumento fundamental para su inversión en la vida pública, el arte de la
oratoria. (p. 103-104)
Tomado con fines educativos de: Roldán, J. (2012). Calígula. Colombia: Intermedio Editores Ltda.